febrero 07, 2014

HISTORIAS DEL DEPORTE QUE MERECEN SER CONTADAS

LA HISTORIA DEL "CONDOR" CONTRERAS

En "UNA CARICIA AL ALMA" hoy presento la historia de uno de los mas grandes ciclistas de la Argentina, Oriundo de Mendoza : ERNESTO "ELCONDOR"CONTRERAS.-



El texto original corresponde a "DIARIO UNO"

Mendoza Crónicas

Ernesto Contreras o la crónica del ángel negro de la bicicleta

Casi por accidente, a los 19 arrancó su carrera deportiva y en menos de 6 meses era campeón nacional. Una leyenda que ganó todo y hoy juega para el Señor. 29-07-2012

Javier Cusimano
jcusimano@diariouno.net.ar


Es un martes como cualquier otro. Estoy en la esquina de Pellegrini y O’Higgins, en Godoy Cruz. Me dijeron que en ese lugar funciona hace 27 años una bicicletería y que en ella aún trabaja Ernesto Antonio Contreras, el ídolo más grande del ciclismo mendocino de todos los tiempos: el Cóndor de América, para la prensa, y el Negro, cariñosamente, para los amigos. Camino hasta la puerta de la vieja casona de adobe. Me dejan pasar. Pregunto por Ernesto, y Walter, su hijo, me indica que aguarde un momento en una de las salas contiguas a la recepción.
 

La bicicletería del Cóndor, a simple vista, da la sensación de no ser de este tiempo, ya que es más parecida a un taller mecánico que a las modernas casas de venta acondicionadas y bien iluminadas para que todo parezca bello. En ésta, particularmente, ocurre todo lo contrario. La luz es tenue, hace mucho frío, las bicicletas no dejan espacio para pasar de una habitación a la otra, y hay herramientas por el piso y colgadas en las paredes. Todo está limpio, pero se nota que la cantidad de trabajo entorpece el tiempo necesario para ordenar con detenimiento los cuadros, las llantas y las cubiertas, repartidos por doquier.

Mientras espero en la sala, mi vista recorre los estantes y se detiene en una repisa repleta de trofeos. Uno de ellos señala “Brasil 1958: primer puesto en el Campeonato Americano de Pista en la modalidad de Persecución Individual”. Los otros están muy lejos de mi alcance. No logro leer con detalle lo que dicen, sólo puedo divisar algunos países: México, Suiza, Italia, Uruguay, Holanda... Me impresiona la variedad. Imagino al Negro recorriendo el mundo a fuerza de pedal, luchando contra el tiempo sobre cuestas empinadas y alejadas de su Medrano natal, y contra el idioma, cada vez que paraba a descansar.

“Walter, tendrías que apretarle un poco más los tornillos al disco de freno”, se escucha al lado.

Y creo reconocer, por la edad de quien habla, que esa podría ser la voz de la persona que espero ansiosamente. En eso que intento dilucidar el enigma, Ernesto aparece en donde estoy, limpiándose sus grandes y callosas manos, engrasadas, con un trapo. Apoya un piñón sobre el escritorio y me saluda. Es un tipo bastante alto y para tener 75 se ve muy joven. Tiene las cejas gruesas, aún conserva la cabellera como si tuviese 20, los ojos hundidos detrás de las gafas, las orejas grandes y el cuerpo flaco y fibroso, como el de un verdadero deportista.
 

 
 
-¿Es usted el famoso corredor de pistas?
-Así es, soy el Negro.

Y el tono de la voz condice con la humildad de su estampa, que contiene una sencillez inesperada. Increíble de creer para alguien criado en los ’90, mal acostumbrado a la pedantería de los ídolos construidos por TV. Entonces se me ocurre decirle que a mi abuelo le hubiese encantado estar conmigo entrevistándolo, que él fue quien me lo nombró por primera vez. Que en su casa tenía El Gráfico de 1956 con una foto suya en la tapa y que, al igual que él, era aficionado a los pedales, aunque nunca alcanzó a figurar entre los destacados. Pero no puedo decirle nada y permanezco en silencio, intentando hacer coincidir en mi mente los rasgos de la antigua imagen de la revista con los actuales.
Señalado por los dioses
Contreras, según la enciclopedia virtual Wikipedia, nació el 19 de junio de 1937. Es oriundo de Junín y uno de los mejores de la historia del ciclismo, por haber logrado récords jamás igualados o superados por ningún ciclista argentino hasta el desembarco del marplatense Juan Esteban Curuchet. Entre sus mejores victorias cuenta el Campeonato Argentino de Persecución Individual, que ganó ocho veces consecutivas, sobre un recorrido de 4.000 metros. Arrancó su carrera deportiva a los 19, pero su pasión por los pedales comenzó algunos años antes, cuando tenía 17.

“Pasaron dos acontecimientos decisivos para mi futuro como corredor: cerraron la canchita de fútbol donde jugábamos desde niños y Rodolfo, mi hermano mayor, se fue por unos meses a hacer el servicio militar, dejando su bicicleta vacante. Estos eventos me dieron una gran oportunidad porque me permitieron desarrollar un sentimiento muy profundo por el ciclismo. En ese entonces, luego de trabajar, con un grupo de seis salíamos de noche a recorrer las calles. Hacíamos una distancia de más o menos 30 kilómetros, desde La Legua hasta el puente del dique Benegas. Así era nuestro entrenamiento”, recuerda Contreras.

El primer capítulo como ciclista fue el 22 de abril de 1956 en San Martín. En una competencia organizada por la Asociación Ciclista Mendocina, Ernesto lo escribió debutando como federado en cuarta categoría, creada para los recién iniciados en el deporte.


“Cuando Rodolfo regresó, empezamos a participar en distintas competencias. Yo lo acompañaba siempre, pero él era quien corría. Ese 22 de abril se decidió que sería yo quien participaría, y gané la carrera. Así empezó mi etapa de victorias, ya que al poco tiempo pude clasificarme tercero en el premio Cerro de la Gloria y más tarde, el 13 de junio, campeón mendocino de medio fondo al superar a Arturo Tejedor”, relata Ernesto. Pronto llegaría el 14 de octubre, fecha en la que obtiene el gran título de campeón argentino con récord de tiempo y a través de una bicicleta prestada por Enrique Pérez, alias Chueco.
El periodista mendocino Félix Suárez describe ese impresionante suceso del siguiente modo: “En una mañana destemplada de domingo, vestida de invierno, algo fría, con viento y llovizna, nace en la ciudad de Trenque Lauquen, Buenos Aires, el referente más grande del ciclismo mendocino. El Cóndor Mendocino superó, con un tiempo de 5m18s, el registro de los olímpicos Pedro Salas (5m 24s 4/10), quien defendía su título de Alberto Ferreyra (5m24s6/10) y Héctor Acosta (5m 29s9/10). Estos últimos, seleccionados para representar a la Argentina en los Juegos de Melbourne, Australia”.

Carrera contra el tiempo
Contreras recuerda que antes de aquel campeonato hubo una preselección bastante polémica, porque para participar a nivel nacional había que ser elegido como ganador de la región cuyana. “Cuando fui a competir a San Juan conocí por primera vez en mi vida lo que era un velódromo. En esa carrera hice un tiempo no creíble para la época: cinco minutos y diez segundos para la distancia de cuatro kilómetros. El récord era 5.15 y estaba en poder del cordobés Pedro Salas, campeón argentino de resistencia en 1949, 1952 y 1958”.

“Le había sacado cinco segundos al mejor, y cuando los delegados de las provincias y algunos periodistas conocieron el dato, primero se rieron por creer que los números habían sido tomados con un despertador o un almanaque. Luego me descalificaron, diciéndome que había hecho trampa. Pensaban que había recibido la ayuda de una moto. Era tan desconocido en ese entonces, que nadie podía creer que fuera posible superar la meta establecida de antemano. Sin embargo, la carrera fue anulada y cuando volvió a realizarse, esta vez mucho más atentos a mi recorrido y tiempo, nadie pudo negar ni dudar de mi victoria”.

El Cruce de los Andes
“El Cruce de los Andes consistía en unir dos naciones a través del ciclismo, pasando y venciendo la montaña. Todo con una bicicleta de carrera, nada de mountain bike. En ese momento, sólo el 10% de la ruta estaba asfaltada de los más de 200 kilómetros que nos separaban de Chile, y las bicicletas pesaban entre 12 y 13 kilogramos. Hoy hay bicicletas que pesan menos de seis kilogramos”, explica Contreras.

“En el recorrido pasábamos por los Caracoles de Villavicencio, la Cruz de Paramillos, el Cerro Negro y Paramillos, Portillo y la Cuesta de Chacabuco. Era una experiencia realmente auténtica, que despertaba mucha pasión, como lo es ahora el fútbol. A partir de estos cruces hubo un antes y un después en el ciclismo. Las carreras convocaban masivamente a la gente y a las familias. Los hijos acompañaban a sus padres y se interesaban por el ciclismo. Recuerdo que en una oportunidad, en el ’68, hubo una carrera en la que se formó un cordón de gente desde Cacheuta hasta Emilio Civit”, evoca, entusiasmado, y reprocha que actualmente la juventud no se incline del mismo modo a este deporte como antes.

El apodo Cóndor de América le fue impuesto por sus increíbles hazañas en la geografía de montaña durante los cruces de los Andes de 1967 a 1974. En ese entonces, el periodista deportivo Alejandro Houlné, al ver la destreza del ciclista, no pudo menos que bautizarlo con el simbolismo de la emblemática especie voladora.


Pedaleando por el mundo
Resumir la carrera del ángel negro de la bicicleta no es tarea fácil. Después de aquel primer título de 1956 logró 12 más en su brillante trayectoria deportiva. A las ocho coronas seguidas de persecución individual, de 1956 a 1963, se suman tres títulos de resistencia en una distancia de 120 kilómetros contra reloj, en 1959, 1970 y 1971. También obtuvo un título en kilómetro con partida detenida, en 1961. En el primer Cruce, en 1967, fue 2º; ganó en 1968 la 2ª edición, fue 3º en 1971 y 2º en el 4º Cruce, ganó la 5ª edición, en 1973, y fue 7º en el 6º Cruce.

También fue campeón americano de pista en la modalidad de persecución individual en Brasil 1958, subcampeón americano de pista en la modalidad de persecución individual en Montevideo en 1957, y campeón rioplatense en la modalidad de persecución individual en 1957, 1959 y 1961. Participó en cuatro mundiales. En 1959, en Ámsterdam, Holanda, terminó octavo. En 1961, en Zurich, Suiza, resultó cuarto. En 1963, en Milán obtuvo el séptimo lugar. En Montevideo, en 1969, logró el segundo puesto. También participó en los Juegos Olímpicos en Roma, Tokio y México. Por su labor en el ciclismo, fue reconocido con la Cruz al Mérito en Mendoza y con el Olimpia de Plata en Buenos Aires, recibió una distinción en el Senado de la Nación a la “Trayectoria deportiva y ejemplo de vida” en 2008 y el velódromo de Mendoza lleva su nombre: Ernesto Contreras, el Cóndor de América.

“Ser campeón no significó beneficios económicos en mi vida. Ganar importantes premios no quitó que tuviera que trabajar para mantener a mi familia. El ciclismo siempre ha sido así. Ahora, tal vez algunos puedan dedicarse de lleno al deporte si consiguen buenos espónsores. Pero no creo que sea la situación de la mayoría”.


El Cóndor siempre fue un pedalista de raza. Pero para poder competir antes tuvo que trabajar, y mucho. De chico, como viñatero; de adolescente, en el ferrocarril y luego, en una fábrica conservera. De adulto trabajó para la cervecería del carril Cervantes. “Durante cinco años, la cervecería fue mi espónsor. Me pagaba la bicicleta, me apoyaba con la rotura de alguno de los materiales, me facilitaba la ropa y nada más. Después de competir, a laburar como cualquier empleado”, comenta, y detalla que con el tiempo pudo independizarse y dedicarse a la bicicletería. “Estuve primero en Medrano, luego me trasladé a Montevideo y Patricias, y de ahí me vine para acá en el ’85”.

Padre, abuelo y pastor
No todo en la vida de este eterno y querido ciclista fue trabajo y pedales. Desde muy joven entabló un hermoso romance con Marta, a quien dice conocer desde su Junín natal y, luego de 50 años de casados, le agradece por su amor incondicional. “Marta siempre estuvo al pie del cañón, apoyándome y acompañándome. Hizo de mamá, pero también hizo de papá cuando yo viajaba fuera del país. Llegué a pasar hasta tres meses lejos de casa”. Con su señora, Ernesto tuvo tres hijos: dos varones y una mujer. Son Walter, quien hizo atletismo y trabaja actualmente en la bicicletería; Omar, el único que hizo ciclismo, y María, que también practicó atletismo, con muy buenos resultados. Además tiene seis nietos: Cintia, Gémima, Daniela, Ernesto, Cristian y Juliana.

“Hace 20 años que soy miembro de la Iglesia Evangélica Pentecostal. Ingresé después de escuchar al pastor Elvira, de Palmira. Me gustó su palabra y me quedé. Luego me fui especializando en el conocimiento de la Biblia y me presenté a la institución como pastor. Desde hace 12 años les predico a más de 100 fieles”.

-Antes de irte, ¿puedo preguntarte algo? –me dice el Negro.

-¡Claro, cómo no! –le contesto.

Y entonces me interroga acerca del periodismo. Me pregunta si me gusta y qué fue lo que más me llamó la atención de la carrera. Trato de responder a sus inquietudes y, en eso que estoy terminando, el Cóndor se me acerca y me dispara: “Yo ya estoy viejo y tendría que dejar la bicicletería, pero te confieso algo. Si bien ningún trabajo es el mejor, porque si no, no cobraríamos para hacerlo, la bicicletería es mi vocación tanto como para vos es el periodismo”. Entonces se me ocurre decirle que mi abuelo lo admiraba, pero permanezco en silencio, intentando hacer coincidir en mi mente la sabiduría de las palabras de mi abuelo con las actuales sabias palabras del Negro.

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