EL PROTAGONISTA DE HOY: OSCAR "RINGO " BONAVENA
En esta sección denominada "UNA CARICIA AL ALMA" el protagonista de hoy es : OSCAR "RINGO" BONAVENA.-
Aquí sus datos extraídos del sitio: HISTORIASDELDXP.BLOGSPOT.COM
Excéntrico, sincero, bromista, fanfarrón, carismático, un tanto
infantil… Marcó una época en el mundo del boxeo con un estilo acorde a
su personalidad: valiente, rotundo, sin dar nunca un paso atrás.
Tenía
ansia de gloria y eso le llevó a enfrentarse en 1970, con el título
mundial en juego, al más grande entre los grandes, Muhammad Ali, en un
combate ya histórico. Cinco años después, moría acribillado por el
sicario de un mafioso en las inmediaciones de un prostíbulo en Reno
(Nevada). Esta es la historia de la ascensión y caída de Oscar Ringo Bonavena, el hombre que no conocía la palabra miedo.
La pelea se presentaba desigual. David contra Goliat;
el púgil más grande de la historia contra el entusiasta aspirante;
Cassius Clay -conocido como Muhammad Ali tras su conversión al
islamismo- contra Oscar Ringo Bonavena.
Aquella noche del 7 de
diciembre de 1970, el gélido ambiente exterior contrastaba con el calor
que se vivía dentro del Madison Square Garden de Nueva York, el más
majestuoso escenario que se podía imaginar para un combate que ponía en
juego el título mundial de los pesos pesados.
El argentino, fiel a su
estilo, no dudó en provocar a su rival los días previos, retándole de
manera descarada (“I Kill you!”), y llamándole gallina por no ir a la guerra (“Chicken, chicken, Vietnam”, le decía, pendenciero).
Con las apuestas 10 a 1 en su contra, Bonavena,
todo pundonor, llegó a tumbar a Alí y soportó estoicamente 14 rounds en
pie antes de ceder en el decimoquinto tras “una muestra de coraje pocas
veces vista”, como admitiría, casi sin aliento, el más grande boxeador
de todos los tiempos. Ringo le llevó al límite.
Todavía se
habla de aquel combate en el mundo del boxeo, un combate que paralizó el
país argentino. Fue el momento cumbre de la carrera de nuestro
protagonista, quien sin llegar a ser nunca campeón del mundo (le tocó
enfrentarse a algunos de los más grandes de la historia en los pesos
pesados: Muhammad Ali, Joe Frazier, Floyd Patterson, Jimmy Ellis…) dejó
una profunda huella por su coraje, su peculiar personalidad, sus
ocurrencias y excentricidades.
Su
figura trascendió ampliamente el mundo del pugilismo, especialmente en
su Argentina natal, donde era mucho más que un ídolo. Porque hay que
tener mucha personalidad para ponerse el apodo a sí mismo; un buen día
decidió que se haría llamar Ringo, como su admirado Ringo Star. Su
trayectoria como boxeador profesional se saldó con 58 peleas ganadas (44
de ellas por KO), 9 perdidas (casi todas contra campeones o ex
campeones mundiales norteamericanos) y un empate. Pese a que no pudo
derrotarles, siempre plantó cara a los más grandes a base de coraje,
pundonor y temeridad, sin miedo a nada. Sería una constante en su vida… y
también en su muerte.
Los golpes de la pobreza
Oscar Natalio Bonavena nació el 25 de septiembre de
1942 en el barrio de Boedo (Buenos Aires), robusto, rotundo –más de
cuatro kilos de peso-, anunciando ya el poderío que iba a mostrar a lo
largo de toda su vida. Fue el octavo hijo de los nueve que tuvieron
Vicente Bonavena y Dominga Grillo, cabezas de una familia muy humilde
que en ocasiones rozó la pobreza. “Una vez tiré de la cadena y se cayó
el depósito, de puro podrido”, recordaría el púgil años después.
Fue un niño “callejero y peleador”, según sus propias palabras. Curiosos
fueron sus primeros contactos con el mundo del boxeo, vía Carnaval,
siendo todavía un chaval. La pobreza, en este caso, le pudo mostrar el
camino: “Siempre me disfrazaban de boxeador porque era lo más
barato; desnudo, con un pantaloncito y un par de guantes prestados por
un vecino”. Siendo un adolescente su familia se trasladó de barrio,
llegando a Parque Patricios, donde se convirtió en un incondicional del
Club Atlético Huracán. Dejó pronto la escuela, en sexto grado, y realizó
diversos trabajos para ganar algo de dinero: repartidor de pizzas,
ayudante en una carnicería, picapedrero…
A los 16
años ya había decidido que su destino estaría en el ring; en 1959, con
17 recién cumplidos, se proclamó campeón amateur de Argentina. A
principios de los 60 se inició como boxeador profesional y –tras una
derrota en su primer combate- pronto cosechó los primeros éxitos,
logrados con un estilo valiente y agresivo, voraz como una fiera. El
mismo estilo agresivo, en definitiva, que le jugó una mala pasada en
1963, durante los Juegos Panamericanos, y que a punto estuvo de costarle
su carrera profesional. Furioso por la paliza que le estaba propinando
el norteamericano Lee Carr, le mordió el pecho en pleno combate.
Fue
descalificado y duramente castigado por la Federación Argentina. “Pero
yo no era tipo de rendirme –recordaría años después-, y me fui adonde
estaban la guita y la gloria, a Estados Unidos”. Viajó casi con lo
puesto, acompañado de su hermano José, con unos pocos dólares en el
bolsillo y una carta de recomendación del representante Tino Porzio.
Pronto destacó en Nueva York por su pegada y capacidad para asimilar
golpes, puro coraje. Así fue como cautivó a todos los amantes del boxeo y
como consiguió hacer fortuna en este duro deporte. En esta época ya se
hacía llamar Ringo.
De la nada a la leyenda
La vida le cambió la noche del 4 de septiembre de
1965, en Buenos Aires, cuando pasó en apenas unos minutos “de la nada a
la leyenda”. Se enfrentaba al campeón argentino de los pesos pesados y
gran ídolo local, Gregorio Goyo Peralta, quien años atrás había
protagonizado un gesto de desprecio hacia un entonces desconocido
Bonavena.
Herido en su orgullo, se dedicó las semanas previas al combate
a provocar a su rival: “Qué me traigan a Peralta, que le arranco la
cabeza”, decía quien ya gozaba de una bien merecida fama de fanfarrón. La
expectación era máxima en todo el país y el ambiente se caldeó hasta
límites insospechados. 25.236 personas abarrotaron el Luna Park; otros
muchos se quedaron fuera, sin entrada.
Bonavena
subió al ring entre una gran pitada (la mayora del público se había
puesto del lado del entonces campeón), y lo abandonó 18 minutos después
de comenzado el combate entre una colosal ovación, tras haber derrotado
por KO, con un golpe seco y poderoso de izquierda, a Peralta. “No te
tomes en serio mis insultos, fueron para promocionar la pelea”, le dijo
el nuevo campeón nacional cuando se encontraron en los vestuarios. “Lo
único que te pido –le dijo el derrotado- es que seas un campeón en
serio, arriba y abajo del ring”.
Como escribió
entonces el periodista deportivo Ulises Barrera, autor de numerosas
crónicas pugilísticas, “en dieciocho minutos y con un solo golpe, ese
boxeador tosco, desmañado, sin técnica, con esos pies planos que le
obligan a un andar de oso, pero a puro coraje, pasó del odio al amor, y
de la nada a la leyenda”. Días después de su victoria, fue al estadio de
Huracán a recibir un homenaje de la hinchada del club de sus amores,
con vuelta al campo olímpico incluida. Aquel día nació la famosa copla que le recordaría para siempre: “Somos del barrio / del barrio de La Quema / Somos los hinchas / de Ringo Bonavena”.
Bonavena
siguió boxeando con éxito en el país de las barras y estrellas, lo que
le llevó a verse las caras con frecuencia contra los mejores. Venció al
campeón canadiense George Chuvalo, al alemán Mildenberger, y combatió
dos veces contra el gran Joe Frazier.
En la primera de ellas, en
septiembre de 1966, le tumbó en dos ocasiones; sin embargo en la
segunda, dos años después, con la corona de los pesos pesados de la World Boxing Association
en juego, no tuvo opción alguna. Pero su combate más importante, como
ya hemos recordado, tuvo lugar en diciembre de 1970, en el Madison
Square Garden de Nueva York, cuando puso en jaque al mito Muhammad Ali.
Desde
que empezó su exitosa carrera como boxeador, el dinero entró a
borbotones en su cuenta corriente. Tras años de pobreza y privaciones,
empezó a desarrollar un gusto irrefrenable por el lujo: una mansión,
los coches más exclusivos, suites en los mejores hoteles, relojes de
marca, joyas y objetos de oro, una inmensa colección de trajes a medida,
puros habanos, los más caros perfumes… Por aquel entonces, Ringo ya
estaba casado con Dora Raffo, y tenía dos hijos. Su popularidad era tal
que llegó a actuar en tres películas (Los chantas, Pasión dominguera y Muchachos impacientes),
e incluso se atrevió a grabar –con entusiasmo infantil, pese a su voz
aflautada- una canción de ínfima calidad pero que se convirtió en todo
un éxito popular: Pío, Pío, Pá. Era un auténtico ídolo de masas,
también fuera del ring. Carismático como ningún otro deportista de la
época, supo ganarse el corazón de los argentinos.
Contactos con la mafia
Sincero hasta el extremo, despreocupado, demasiado
inocente en ocasiones, su franqueza desmedida -tal como lo pensaba lo
decía-, le jugó malas pasadas en la vida, especialmente por denunciar
amaños en las peleas.
En 1969 dijo haber participado en algunos combates
con resultado previamente convenido, y por esas declaraciones (que no
eran en absoluto una sorpresa en aquella época) fue boicoteado por una
gran mayoría de empresarios de este deporte.
En
más de una ocasión criticó duramente al establishment del boxeo,
especialmente a algunos organizadores de combates con pocos escrúpulos.
“En este último match con Frazier me hicieron saber que iban a sobornar
a los jurados para beneficiarme –escribía en 1969 tras pelear con el
norteamericano-.
Sólo querían que el combate durara los quince rounds
para beneficio de los organizadores por las tandas publicitarias de la
televisión. Detrás de todo esto se mueve un mundo de apostadores que
buscan contactos no muy limpios que les permitan asegurar inversiones”.
Tras
haber alcanzado la cúspide en el combate con Muhammad Ali, la carrera
de Bonavena pareció entrar en una cuesta abajo, convirtiéndose en un
trotamundos del boxeo. A principios de febrero de 1976 -tras una
temporada boxeando en su Argentina natal, en Hawai, y en Italia-,
regresa a Estados Unidos, en concreto a Nevada, donde tenía firmadas
varias peleas con el promotor puertorriqueño José Montano. Pero entonces
se cruza en su camino una persona que marcaría de manera decisiva los
últimos meses de su vida.
Quiso el destino que Montano vendiera el contrato de Ringo a un hombre de Las Vegas de 53 años, de origen siciliano, relacionado con la mafia, los casinos y la prostitución. Joe Conforte regentaba junto a su esposa Sally el lujoso burdel Mustang Ranch
en Reno, Nevada.
En aquel insólito lugar disputaría Bonavena su último
combate, en febrero de ese año, ante el mediocre boxeador Billy Joiner,
al que sólo pudo derrotar por puntos. Aquella pelea dejó muy mal sabor
de boca al campeón argentino: “Nunca me sentí tan mal en la vida –le
contó entonces a su esposa Dora-. La gente cenaba, se reía y nosotros
nos peleábamos; parecía el circo romano. Yo no quiero esto, quiero una
pelea grande, en serio, no sé qué carajo hago acá”.
Llegó a Reno acompañado de un manager, pero
pronto rompió con él por desavenencias profesionales. Entonces, firma un
nuevo contrasto profesional con Sally Conforte, quien pasaría a ser su
manager oficial (su marido no podía serlo al haber estado cinco años en
prisión).
Ella rondaba los 60 años, tenía sobrepeso y una cojera que le
había dejado un accidente automovilístico. Firmaron un contrato por dos
años por el que Bonavena recibía 7.000 dólares y se comprometía a pagar
el 10% de su bolsa a Conforte; además, Sally le regaló 3.000 dólares de
su propio bolsillo. En esos meses le hablaron de pelear contra
Muhammed Ali en Guatemala, contra el español Urtain, contra Ken Northon
en Las Vegas… pero al final, por un motivo o por otro, ninguno de estos
combates llegó a concretarse.
Ringo y Sally
se llevaron bien desde el primer día. Pasaban mucho tiempo juntos, se
hicieron muy amigos –demasiado, según el boca a boca de la ciudad-, y
eso disparó todo tipo de rumores y la ira del mafioso.
Y entonces
empezaron los problemas. Posiblemente Ringo, el hombre que a nada temía,
no calculara bien el riesgo en esta ocasión. Una vez, con motivo de una
gran fiesta en el Mustang, le dijo a varios invitados:
“Bienvenidos, espero que les guste mi lugar”. Cuando Joe se enteró fue
directo hacia él: “Con mi mujer haz lo que quieras, pero no te metas en
mi negocio”. Y no hablaba en broma.
Entre el 15 y
el 20 de mayo se producen varios incidentes y amenazas entre Ringo y
los guardaespaldas de Joe Conforte que ya hacían presagiar lo peor. El
boxeador decide regresar a su país y llama a su mujer para anunciarle
que el domingo 23 volaría de vuelta a Buenos Aires; “pero me dijo que
antes tenía una cosa que arreglar y que no avisara a nadie”. Según
reconocería después Dora Raffo, “se le notaba muy preocupado y me rogó
para que rezara por él”. Lo que Bonavena quería recuperar era la copia
de su contrato.
Con esa finalidad, y tras recibir
una llamada al casino donde solía ir a jugar unos dólares, volvió la
madrugada del sábado 22 al Mustang Ranch, donde ya tenía
prohibida la entrada. Hacia las 6:15 de la mañana caía abatido en las
inmediaciones del prostíbulo por los disparos de un fusil que empuñaba
Williard Ross Brymer, guardaespaldas y hombre de confianza de Joe
Conforte. Una bala le había destrozado el corazón.
Brymer –quien tenía
un ojo de cristal- solo pasó 15 meses en prisión por este asesinato ya
que le condenaron por homicidio involuntario (en el juicio alegó que no
tuvo intención de matarle y que sólo pretendía ahuyentarle).
Sea como fuere aquella bala ponía punto y final, a los 33 años, a la vida de Oscar Ringo Bonavena. Días
después sería sepultado en el cementerio de Chacarita, en Buenos Aires,
entre continuos llantos y muestras de dolor de una multitud.
150.000 personas acompañaron su cuerpo y cubrieron el féretro de
claveles rojos. En Argentina sigue siendo todo un mito.
La tribuna local
del Club Atlético Huracán y una calle de Buenos Aires llevan su nombre
como homenaje; además, una estatua de tres metros de altura le recuerda
en Parque Patricios, lugar que le vio nacer y soñar. “Somos del barrio / del barrio de La Quema / Somos los hinchas / de Ringo Bonavena”. 37 años después de su muerte, cuando gana Huracán, sigue sonando este cántico en las calles de Parque Patricios.
Publicado por
Fernando Belda