agosto 15, 2018

GRANDES RECUERDOS

CUANDO SORIANO MANDABA CARTAS DE LECTORES  A "EL GRAFICO"

El informe del sitio: "EL INTRANSIGENTE" sobre el querido OSVALDO SORIANO que aquí comparto con mis lectores:




Por A.D- Osvaldo Soriano, dice su viuda, Catherine Brucher, no hablaba de su infancia y adolescencia, transcurrida entre Cipolletti y Tandil. Dejó, en cambio, relatos bellísimos en los que contaba peripecias de futbolista frustrado y de hijo de un antiperonista que recorría el país por su trabajo en Obras Sanitarias. En esos cuentos Soriano inventó o recordó partidos y jugadores increíbles. Habló de goles imposibles, de penales largos y del tiempo que se esfumaba en forma de pelota de fútbol.


Sin embargo, Brucher descubrió ese rompecabezas a través de un trabajo minucioso y recomendable de Pablo Montanaro, periodista neuquino que investigó la infancia del escritor en el sur argentino. Esas averiguaciones las plasmó en su libro “Osvaldo Soriano - Los años felices en Cipolletti” (Ediciones con Doble Z).



En esta entrevista, a la que se suma el testimonio del periodista y escritor Germán Ferrari, Montanaro da cuenta de ese Soriano desconocido que apenas se mostraba en sus magistrales libros de notas periodísticas, cuentos y novelas que dejó como herencia literaria tras su muerte, el 29 de enero de 1997.


El Intransigente -¿Cómo era Soriano para vos antes de empezar a escribir “Los años felices en Cipolletti” y cómo quedó cuando lo terminaste?
Pablo Montanaro - En 2004 me vine con mi mujer y mi hijo de un año a vivir a Neuquén. Desconocía totalmente la Patagonia y recuerdo que antes del viaje releí el libro de Soriano “Cuentos de los años felices”, ya que en muchos cuentos mencionaba varias ciudades y situaciones vividas o imaginadas por él en el Alto Valle, Cipolletti, Neuquén, Cutral Co, Plaza Huincul, los pozos de petróleo que recorría junto a su padre después de viajar cada uno en su moto, el viento patagónico, etcétera. De alguna manera, a través de Soriano conocí la zona donde me vine a vivir. Esas referencias me llevaron a querer saber si todo aquello que los relatos de Soriano describían era cierto, cuánto de verdad y de ficción había. Siempre digo que la Patagonia fue para Soriano fuente inagotable y el escenario ideal para sus relatos. Después me pidieron de una revista que hiciera una nota sobre Soriano y la Patagonia y ahí comencé a buscar y entrevistar a personas que lo habían conocido, que habían compartido su infancia y adolescencia en Cipolletti, que habían ido a la escuela con él. Desde entonces se abrió un universo que después transformé en una investigación para escribir este libro.




E.I -¿De qué manera llegaste a Soriano?
P.M - Siempre lo leí y lo admiré, lo considero uno de los mejores escritores argentinos y gran periodista. Acaso los jóvenes hoy no se interesan tanto por su producción literaria, pero Soriano sigue vivo en la memoria de quienes lo leyeron y leen con placer. De “Triste, solitario y final” a “Cuarteles de invierno”, donde pone una mirada sobre la dictadura militar. Ni hablar de “El penal más largo del mundo”, que acaso sí es leído por los jóvenes. Soriano interpretó como nadie un espíritu de época, con ironía, humor, agudeza en leer lo político. Alguien dijo que las historias de Soriano son inoxidables; creo que lo dijo Reynaldo Sietecase, porque están bien escritas, conjugan la aventura y la emoción. 




E.I -¿Qué significa Soriano para el ambiente literario de esa zona en la que vivió esa adolescencia que relatás?
P.M - A partir de la publicación en 2013 de la primera edición del libro, y con la segunda edición con más capítulos, más historias y testimonios que apareció en 2017, la figura de Soriano comenzó a circular más entre quienes lo conocieron, porque se enteraron de más historias, y quienes sólo lo conocían por sus cuentos. Otros no sabían que había vivido su infancia y adolescencia en Cipolletti ni que la casa donde vivía aún permanece en pie y el peral, su Rosebud, todavía ofrece sombra. Tuve la oportunidad de dar charlas sobre Soriano para alumnos de primario y secundario en escuelas de Cipolletti. Fue muy especial la que dí en la escuela donde hizo la primaria, la 33 “Juan XXIII”. Ninguno de sus directivos sabía que ahí había estudiado Soriano. Acaso este desconocimiento se debe a que cuando vivió en Cipolletti Soriano no se proyectaba como el escritor y periodista que fue porque estaba muy lejos de la literatura, sólo le interesaba leer la revista El Gráfico y las historietas. No es que ya en esos años el pibe escribía cuentos o relatos. En todo caso relataba partidos imaginarios con sus amigos del barrio. También participé junto a otros escritores y vecinos que lo conocieron de lecturas de sus cuentos debajo del peral de su casa.  





E.I -Un gran hallazgo del libro es que Soriano, según el periodista y escritor Germán Ferrari, escribía cartas a El Gráfico. ¿Sabés algo más de su admiración por Panzeri?
P.M - Cuando Ferrari me comentó de esas cartas pude intuir que en él había un cierto interés por el periodismo deportivo. Están escritas en 1960 y 1961 y dirigidas a la sección Correo de Lectores de El Gráfico. En ellas pregunta cómo contactarse con Dante Panzeri, su entonces director. ¡Lo que es el destino! Porque unos años después ambos trabajaron en el diario La Opinión, de Jacobo Timerman. En una de esas cartas propone que los dirigentes del fútbol argentino salgan a buscar figuras no en el extranjero sino en el interior: acaso esperaba que algún captador de jugadores descubriera a aquel 9 que corría buscando definir frente al arquero en las canchas polvorientas de aquel Cipolletti, al que definía como el Far West…




E.I -¿Qué te significó investigar la gestación de algunos de sus cuentos?
P.M - Acaso descubrir lo que significaron para Soriano esos años felices en Cipolletti. Descubrir por qué le dolían tanto los años 90 de menemismo: corrupción, entrega de la soberanía del país. Porque sabía lo que hacía su padre como trabajador de Obras Sanitarias construyendo cloacas donde no las había. Acaso el relato que más me impactó fue “Rosebud”, melancólico y estremecedor, en el que reconstruye la memoria de Soriano. Allí Soriano vuelca sus búsquedas existenciales pronunciadas a orillas del río Limay, el llanto desconsolado cuando murió su padre, las tardes de verano leyendo “Las memorias de una princesa rusa”. Y como bien lo escribió en el final de “Rosebud”, volviendo a pisar las huellas de toda una vida “descubrimos que lo que cuenta no es el árbol sino lo que hemos hecho de él”. Cada vez que paso por su casa, miro el árbol, su Rosebud: allí está el pibe que quería ser goleador de San Lorenzo y terminó siendo uno de los grandes escritores argentinos. 




E.I -¿Cuál fue la novedad sobre Soriano que más te impactó?
PM.- Fueron muchas. La relación que tenía con su padre, José Vicente, que influyó mucho en él aunque no había heredado ninguna de las pasiones de su padre, como el interés por las cosas técnicas, la ingeniería, los manuales técnicos. Además está marcado el enfrentamiento con su padre, que era antiperonista. Después supe que en tercer año lo expulsaron de la escuela técnica de Neuquén porque junto a otros tres compañeros casi queman el taller haciendo una picardía con un combustible. Y la recreación de aquel penal de ese partido que existió y Soriano lo recreó maravillosamente: pude conversar con testigos de ese partido entre Unión Alem Progresista de Allen y Cipolletti, que ocurrió en una tarde de 1953 pero que Soriano sitúa en 1958. Soriano alguna vez dijo que ese relato es más emocionante de lo que dejan traslucir las líneas que escribió, al menos así lo vivió él. También me sorprendió el dato que me llevó muchísimo tiempo de búsqueda pero que finalmente encontré: el de la primera vez que Soriano pisó el viejo Gasómetro, la cancha de San Lorenzo en Avenida La Plata. Tenía 13 años y ahí descubrió esos palos de los arcos redondos que él se imaginaba cuando escuchaba relatar los partidos a Alfredo Aróstegui, a quien admiraba. Fue un partido contra Quilmes que San Lorenzo ganó 1 a 0 con un gol de su ídolo de infancia, Sanfilippo. Recordó: “Yo miraba salir a los jugadores que conocía de las figuritas y, cuando apareció el petiso (por Sanfilippo), me pareció ver a Jehová y a Mahoma juntos. Después agarró una sola pelota y fue gol”.




E. I -¿Cuáles fueron tus sensaciones tras conversar con gente que fue su amiga o que mantuvo relación con él? 
P.M - Fue la posibilidad de conocerlo en lo cotidiano, en lo que conversaba en los cafés, en las esquinas, debajo del peral de su casa, después de un partido de fútbol o cuando iba en colectivo al colegio. Supe que le gustaba que un amigo le contara con lujo de detalles la película que había ido a ver. Ahí está esa forma tan particular de narrar, de saber lo que le dolió dejar Cipolletti, dejar una novia, dejar a sus amigos del barrio, a sus compañeros de andanzas arriba de la moto. Por eso dijo una frase que por acá se inmortalizó y resuena cada vez que alguien habla de Soriano: “Soy de todos lados pero más de Cipolletti”. 



E. I -Jugáte: ¿Soriano era bueno o malo jugando al fútbol?
P.M - Sus amigos de Cipolletti, a quienes entrevisté para el libro, coincidieron en que no tenía talento para el fútbol pero sí un entusiasmo y una pasión que desbordaba, y que se la rebuscaba dentro del área. Jugaba, o intentaba jugar de 9, incluso en las fotos de los equipos de barrio que integró siempre está en el centro de la imagen, como se ubican los 9. En esos años en Cipolletti formaba parte de un equipo que se llamó Belgrano, nombre de la calle donde había una canchita. También jugaron en la Liga Confluencia un par de partidos. Soriano creó ese mito de gran jugador que estuvo en los mejores equipos de la zona del Alto Valle. Pero era mentira.




SORIANO Y EL GRÁFICO
El escritor y periodista Germán Ferrari, autor del recientemente publicado “Osvaldo Bayer, el rebelde esperanzado” (Sudamericana), descubrió que Osvaldo Soriano, cuando era futbolero y adolescente, escribía al Correo de lectores de la tradicional revista El Gráfico.


Cuenta Ferrari en diálogo con El Intransigente: “En mi adolescencia me regalaron una gran cantidad de revistas El Gráfico de los años 50 a 70. Algo que para mí era como un tesoro porque era futbolero, me gustaba leerla y además la compraba en los 80. Entonces empecé a leerlas, a ver quiénes escribían, y me detuve en las cartas de lectores. Me llamó la atención que había unas de un tal Osvaldo Roberto Soriano, de Cipolletti. Y después también otras de Osvaldo Roberto Soriano, de Tandil. Ya había leído a Soriano y me dije que tenía que ser él. Me cerraba la historia de que esas cartas habían sido enviadas por un joven Soriano que se planteaba, por ejemplo, ser periodista deportivo y que quería contactarse con Dante Panzeri, que se sumaba a una cruzada honoraria de la decencia que había impulsado el mismo Panzeri para terminar con la violencia en el fútbol. Hablamos del año 62. Las marqué. Y cuando se cumplió el décimo aniversario de su fallecimiento propuse hacer una nota para una revista que se llamaba El Arca en la que se cruzara a Soriano con El Gráfico a través de estas cartas, a modo de homenaje. Salió publicada a comienzos de 2007. Ahí pude mostrar a un joven Soriano interesado por el fútbol, rubro que ejercería luego como periodista en el diario El Eco, de Tandil, y luego como hincha fanático de San Lorenzo”.

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