febrero 08, 2014

HISTORIAS DE VIDA QUE MERECEN SER CONTADAS

EN EL RECUERDO CARLOS HORACIO SALINAS

En "UNA CARICIA AL ALMA" el recuerdo de CARLOS HORACIO SALINAS,cuyo texto ha sido extraìdo del sitio TUCUMAN ZETA:


La caída de un crack

Carlos Horacio Salinas llegó a ser campeón del mundo con Boca, tuvo un millón de dólares y siete departamentos. Pero fue transferido como parte de pago por el pase de Diego Maradona y ése fue el comienzo del fin. Historia de un jugador de los de antes.

Por: Diego Jemio  | Fotos: Martha Isabel Calle

Fue un día de semana, en la madrugada, en el barrio de Once en Buenos Aires. El bar tenía luces dicroicas, mesas de plástico en la vereda y mozos desalineados pero con moño. Afuera, un toldo viejo y roto cubría las mesas vacías. Los parroquianos hablaban poco.

A lo lejos, se vio llegar a un hombre. La camisa sucia, el cuerpo quebrado, un bolso deportivo vacío en la mano. Se desplomó en una silla sin mesa, solitaria como un islote. No pidió nada. Al rato, se quedó dormido, aferrado al bolso. Cuando despertó, balbuceó algunas palabras.



-Ustedes saben quién soy yo. ¡Qué van a saber, porteños ignorantes!

-No, no sabemos –respondió uno, desganado, como quien le habla a un idiota.

-Soy Carlos Horacio Salinas. He sio' campeón del mundo con Boca. ¿Ven este bolso? Estaba lleno de dólares. Un millón he llegao a tener.

-¿Y qué le pasó, maestro? -preguntó otro de la mesa.

-Me lo he gastao en putas y en merca. Yo soy el “Loco” Salinas. Y ustedes no son nadie.


*****

Carlos Horacio Salinas alguna vez fue grande. No sólo porque jugó en River, Boca, Independiente, Chacarita y Argentinos Juniors, sino porque sus goles –que definieron campeonatos- lo transformaron en un mito del fútbol de la década del ‘70. El público lo ovacionaba al grito de “¡tucumano! ¡tucumano!” y los abanderados del buen fútbol decían que el “Semilla” –así lo llamaban en su barrio La Ciudadela- era un crack. “Lo único que lamento es no haber estado en Buenos Aires para el partido entre Boca y el Borussia Mönchengladbach. Quería ver jugar al Loco Salinas”, dijo César Luis Menotti, a propósito de la primera final de la Copa Intercontinental, que luego ganaría con un gol del tucumano.



El “Loco” inspiraba respeto y a la vez formaba parte de una maquinaria que comenzaba a generar dinero. Rápido, hábil y peleador, Salinas no sólo recogía elogios, sino también fortunas. En 1981, por ejemplo, cobró 250 mil dólares cuando Boca decidió venderlo a Argentinos Juniors. ¿Por qué se deshicieron de él y de otros jugadores? Porque Boca quería comprar a un pibe que la rompía: Diego Armando Maradona. 



La llegada de Maradona a Boca fue el comienzo de la abundancia, pero también el inicio del fin. Conforme los pases se iban sucediendo, Salinas empezó a ganar dinero pero a perder motivación. Y empezó a quemarse los dólares. Llegó a tener dos autos BMW, siete departamentos y todas las modelos que quiso. Pero mientras vivía las noches de una Buenos Aires que en aquel entonces era “la París de Sudamérica”, su juego sólo sabía empeorar.



Pasó un cuarto de siglo desde su retiro. Después de una juventud de lujo y declive, queda un hombre ermitaño y de risa forzada que dice tener voces adentro de su cabeza. Hoy, el “Loco” Salinas parece un loco en serio.


*****


-No quiero saber nada de ese hijo de puta –contesta la ex mujer de Salinas, con un enojo viejo, desde el portero de un edificio.



Desde hace tiempo estoy buscando a Salinas. La mutual de Boca tiene agendados tres teléfonos suyos, pero ninguno contesta. Desde Tucumán, mi hermano hace de Sherlock Holmes de futbolistas retirados: averigua la dirección, va a la casa y lo atiende un primo de Salinas. 


-No sé qué será de su vida. Se fue a Buenos Aires por un trámite por una semana pero lleva más de un año afuera -contesta. 


Luego da unas coordenadas vagas de una calle en Caballito. Dice que ahí vive la mujer. Hasta ahora, sólo me gané una puteada. Toco de nuevo, dispuesto a ser contundente.

-Hola, soy tucumano como Horacio. Quiero hacerle una entrevista –digo en una exhalación rápida.

-Para en un bar acá a dos cuadras. Chau –me cuelga.

Son las diez de la mañana. En el bar, las manchas de humedad forman extrañas nubes, como mapas de países inexistentes de un mundo rancio. El encargado conoce a Salinas. Me quedo una hora, dos, tres. Almuerzo ñoquis mal descongelados con tuco aguado. Cansado de esperar, salgo a dar una vuelta a la manzana. Y lo encuentro caminando solo, con las manos en los bolsillos.

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