marzo 23, 2010

ASI LO VEIA ARIEL SCHER A SANTORO

Homenaje al autor de "Literatura de la pelota" (2000)

Santoro, el poeta del fútbol

Por Ariel Scher (Clarín)

Hace veintidós junios, hace horrores inmensos y hace demasiados dolores, a Roberto Jorge Santoro se lo devoró la fuerza más bruta de la bruta historia argentina. Era el primer día del mes y faltaba justo un año para que el dictador Jorge Videla inaugurara el Mundial 78. Santoro trabajaba en una escuela del Once como subjefe de preceptores, un empleo con el que se ganaba la vida en un tiempo en el que la vida de millones era pura derrota. El 1° de junio de 1977 una patrulla del espanto lo secuestró en esa escuela. Desde entonces, como miles, está desaparecido.

Santoro supo contar qué es el fútbol en la Argentina. Periodista y poeta, en 1971 publicó un libro extraordinario al que llamó Literatura de la pelota y que constituye la mayor antología literaria sobre el fútbol del país. Allí juegan juntos los grandes escritores y los cantos de la tribunas. Todo conmueve. En Santoro palpita el fútbol. Lo cuenta su hija, Paula: "Me acuerdo de mi papá en casa de su madre. Está parado al lado de una mesa llena de papeles, ella le ceba mate, está encendida la radio. Mi papá, hincha sufriente de Racing, escucha el partido".

La pasión por el fútbol y otras pasiones dirán presente en el homenaje que hoy a las 14.30 se le hará a Santoro en la plazoleta porteña donde se cruzan la avenida Forest y las calles Fraga y Teodoro García. Como una memoria en edad de desmemorias, desde hace unos años ese lugar se llama Roberto Santoro. Estarán familiares, amigos, artistas, admiradores. Se descubrirá una placa y, claro, habrá poesía.

Poesía como ésta: "Sostengo con dos manos la esperanza/ porque sé que es el único aliento que vive a la intemperie/ y no escondo mi palabra/ salgo a vivir con el alma descubierta/ el corazón que no canta no ejerce su oficio con altura". En esos versos está Santoro, su voz, aquello que ningún desaparecedor podrá secuestrar en ningún junio: un corazón con oficio y con altura, un corazón que canta, canta y no para de cantar.

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