EL PROTAGONISTA DE HOY: GERMAN BEDER
En esta sección que denominó "UNA CARICIA AL ALMA" nada mejor que reflotar una vieja anécdota o recuerdo del colega GERMAN BEDER uno de los responsables de la PAGINA DEL TORNEO FEDERAL DE BASQUETBOL.-
Todos los datos aquí presentes pertenecen al sitio: "REVISTA UN CAÑO"
Corría el año 2008 cuando se organizó en Bahía la Copa Argentina, y varios periodistas fuimos invitados a cubrirla. Era una alegría poder estar en mi ciudad trabajando. Nunca me había pasado.
“Y acá les presento a nuestro orgullo, el ingeniero Roberto Seibane”, afirmó Chubi, mientras el ingeniero, un hombre flaco, canoso y con unos anteojos de marco grueso, saludaba feliz.
Si hubiera tenido un bidón de nafta en ese momento, le rociaba la computadora, los cuadros, los trofeos, prendía fuego el lugar y huía exiliado. Tal vez rumbo a Centroamérica. Pero ya era tarde. “Germán Beder”, confirmó un colega de La Nación, Miguel Romano, que en paz descanse. Los 25 tipos que estábamos en la sala ya sabíamos el desenlace de la historia. Había risas. Sin embargo, al parecer, el ingeniero lo estaba disfrutando.
Hoy, a la distancia, considero que el dato de los libres fue innecesario. Pero tal vez era parte de la ostentación estadística. Había que llamar la atención de los medios nacionales aunque fuera a costa de arruinar la vida de una persona. Aún en la actualidad, Alejandro Pérez aprovecha las mesas con mucha gente para refritar la anécdota. No recuerda con certeza la calle donde vive, pero sí sabe con exactitud que yo promediaba 2,57 puntos.
En esta sección que denominó "UNA CARICIA AL ALMA" nada mejor que reflotar una vieja anécdota o recuerdo del colega GERMAN BEDER uno de los responsables de la PAGINA DEL TORNEO FEDERAL DE BASQUETBOL.-
Todos los datos aquí presentes pertenecen al sitio: "REVISTA UN CAÑO"
Germán Beder
Cuando
comencé a trabajar de manera continua como periodista de básquet, la
pregunta que siempre surgía era: “Vos viniendo de Bahía Blanca, habrás
jugado en algún club, ¿verdad?”. A lo que yo respondía con mayor o menor
exageración según la procedencia del interlocutor.
Si
era porteño le decía que sí, que obviamente había jugado, que mi club
era Pacífico y que era un correcto base. Si el que consultaba era
de alguna provincia más alejada, le acotaba que a partir de mi tiro
externo ganábamos partidos.
Y si el interrogador era extranjero, bueno,
prácticamente le describía a un jugador drafteable, exitoso,
carismático, líder, promisorio, destacado, que rondaba el estrellato,
hubieras visto, fue una pena, por un problema de rodilla no llegué a la
NBA.
Pequeñas
mentiritas que no alterarían jamás la vida de nadie, digamos. ¿A quién
podía incomodar afirmando que me habían convocado a dos preselecciones
locales menores? ¿Quién podría detenerse a buscar las estadísticas de un
juvenil que manifestaba tener 12 puntos de promedio? Nadie. Pero la
mentira, flor de hija de puta, tarde o temprano te la pone.
Corría el año 2008 cuando se organizó en Bahía la Copa Argentina, y varios periodistas fuimos invitados a cubrirla. Era una alegría poder estar en mi ciudad trabajando. Nunca me había pasado.
Así que cuando nos
comentaron que una de las actividades programadas era visitar la
Asociación Bahiense de Básquet, celebré. Chubi Susbielles, ex jugador,
lideraba el tour: mostraba la zona de trofeos, la sala de reuniones, la
oficina del presidente, los cuadros de Cabrera, Ginóbili, Pepe Sánchez,
Espil y otras estrellas locales y finalmente, el departamento
estadístico.
“Y acá les presento a nuestro orgullo, el ingeniero Roberto Seibane”, afirmó Chubi, mientras el ingeniero, un hombre flaco, canoso y con unos anteojos de marco grueso, saludaba feliz.
Y amplió: “Este hombre tiene
todas las estadísticas del básquet bahiense de 1980 a la fecha”. Yo ya
lo conocía. “Así es -intervino Seibane-. En esta computadora que ustedes
pueden prejuzgar vieja, tengo todas las estadísticas de todos los
jugadores que alguna vez hayan participado en alguna competencia
doméstica”.
Un
sudor frío me azotó en el cuello. Cuando comencé a relacionar lo que
estaba por pasar, dos de los 20 colegas presentes, ya habían hecho la
pregunta más cruel. Alejandro Ricardo Pérez, hombre al que seguramente
conocerán por sus relatos televisivos de los Juegos Olímpicos y algunas
otras competencias exitosas de la Generación Dorada de Argentina, fue el
principal impulsor. Jamás olvidaré su tono irónico: “Nosotros queríamos
saber, ya que estamos, los números de un ex jugador acá presente que
nos contó que andaba bien…”. “Ah sí, por supuesto, Dígame el nombre”,
contestó el ingeniero.
Si hubiera tenido un bidón de nafta en ese momento, le rociaba la computadora, los cuadros, los trofeos, prendía fuego el lugar y huía exiliado. Tal vez rumbo a Centroamérica. Pero ya era tarde. “Germán Beder”, confirmó un colega de La Nación, Miguel Romano, que en paz descanse. Los 25 tipos que estábamos en la sala ya sabíamos el desenlace de la historia. Había risas. Sin embargo, al parecer, el ingeniero lo estaba disfrutando.
“Decime cuál fue tu mejor temporada, porque también
puedo buscar eso: la mejor temporada de cada jugador”, consultó Seibane,
que ya me tenía los huevos bastante podridos. “Juveniles de primer
año”, solté, con un hilo de voz. La máquina no se rompió, la luz no se
cortó, el ingeniero no se infartó y yo no encontré ventanas cerca para
lanzarme al vacío. “Oh bueno, parece que tan buena no fue tu mejor
temporada, porque promediaste 2,57 puntos con un 25% en libres”.
Hoy, a la distancia, considero que el dato de los libres fue innecesario. Pero tal vez era parte de la ostentación estadística. Había que llamar la atención de los medios nacionales aunque fuera a costa de arruinar la vida de una persona. Aún en la actualidad, Alejandro Pérez aprovecha las mesas con mucha gente para refritar la anécdota. No recuerda con certeza la calle donde vive, pero sí sabe con exactitud que yo promediaba 2,57 puntos.
No
obstante, se podría decir que aquél gran periplo me sirvió de lección:
hace un tiempo, un tal Manu Ginóbili me preguntó por mi carrera como
jugador. Era la oportunidad de impresionarlo. Sin embargo, fui honesto:
le conté que en mi mejor año había promediado 2,57 puntos. “¿Y cómo
sabés el dato exacto?”, interrogó, no sin antes burlarse.
“Es una larga y triste historia”.
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