junio 04, 2014

HISTORIAS DEL DEPORTE QUE MERECEN SER CONTADAS



EL PROTAGONISTA DE  HOY: “CARLOS ALBERTO”


CARLOS ALBERTO es el PROTAGONISTA DE HOY en “UNA CARICIA AL ALMA” , aquí su historia extraida del sitio FIFA:



Aunque debería haber muchas maneras de definir a un jugador como Carlos Alberto Torres, parece que solo existe una, que eclipsa todas las demás opciones: es el capitán del tri, y punto. Al fin y al cabo, es comprensible: resulta difícil pensar en una escena más emblemática que la de alzar la Copa Jules Rimet, que pasaba a ser en ese momento propiedad definitiva de Brasil




Pero la cuestión aquí es otra. Todo el mundo está tan acostumbrado a ver la imponente figura de Carlos Alberto con el brazalete, levantando el trofeo como si fuese lo más natural del mundo, que se hace extraño pararse a pensar en lo que eso significa. Lo cierto es que el lateral derecho llegó a aquella Copa Mundial de la FIFA 1970™, la primera de su carrera, con 25 años. En el equipo titular había cinco hombres mayores que él, incluidos, fijémonos bien, Gérson —dueño del mediocampo, y cuyo apodo de Papagayo revela su inclinación a dar instrucciones a sus compañeros— y nada menos que Pelé, ya bicampeón del mundo y a punto de cumplir los 30. ¿Cómo puede ser, entonces, que el capitán fuese Carlos Alberto? Él mismo intenta explicarlo a FIFA.com.  





“Eso de la capitanía… Mucha gente me pregunta: ¿cómo podías ser capitán de un equipo en el que estaba Pelé? Jugábamos juntos en el Santos. Yo jugué 11 años en el Santos, diez de ellos al lado de Pelé. En 1967, el gran líder del equipo del Santos y capitán era Zito, centrocampista, campeón del mundo en 1958 y 1962. Y Zito colgó las botas al final de la temporada de 1967, y la directiva del Santos estaba buscando un nuevo capitán. Entonces, se hizo una rotación en cada partido. 




Por mi carácter extrovertido dentro del campo, sobre todo, acabaron eligiéndome al principio de la temporada de 1968. Yo tenía 23 años, y me eligieron para ser capitán del equipo que en aquella época era considerado el mejor de Brasil —mucha gente también dice que del mundo—, con campeones del mundo como Pelé, Coutinho, Pepe, Gilmar, Mauro... Sin duda alguna, ser capitán del Santos me permitió serlo de la selección, porque en 1968 la selección hizo una gira por Europa y yo ya fui como capitán. Por eso tengo el orgullo de ser, aún a día de hoy, el capitán más joven de una selección campeona del mundo”. 






Explicado así, por él mismo, todo parece más natural. Y, en su caso, claramente lo es. Carlos Alberto siempre aportó ese elemento intangible que los libros de autoayuda corporativa pasan páginas y páginas identificando e intentando construir: liderazgo. No se trata solo de hablar mucho y de ser “extrovertido”, como él modestamente se define, sino de hacer, por algún motivo, que sus palabras tengan credibilidad. Desde que, siendo adolescente, en uno de sus primeros partidos con el Fluminense, se atrevió a abroncar al veterano guardameta Castilho, figura del equipo. 





Sin embargo, esa credibilidad únicamente era posible gracias a un detalle que va mucho más allá de una fuerte personalidad: Carlos Alberto Torres jugaba muy, pero que muy bien. Desde que se convirtió en profesional, en el Fluminense, se le señaló como sucesor natural de Djalma Santos. En 1964, a los 20 años, ya era internacional, y titular. “Mi primer Mundial debió haber sido en realidad en 1966, porque estaba en auge”, cuenta. “Fui titular prácticamente en todos los partidos de preparación, pero de forma inexplicable me quedé fuera. Fue una decepción muy grande, pero me sirvió de incentivo para alcanzar la titularidad en las siguientes selecciones, además de ser capitán”. 





Todo el respeto con el que se menciona el nombre de Carlos Alberto, a fin de cuentas, nace de eso: del hecho de tratarse de una estrella, uno de los mejores laterales de la historia. El propio Pelé, en su autobiografía, entre diversas menciones a las personalidades de su compañero del Santos y de la selección, cuenta un caso interesante que, narrado por el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, dice mucho sobre el respeto que había por el nivel técnico del “Capita”. 





“Hay una broma que siempre me gustó hacer con Edinho [el hijo de Pelé, que fue guardameta profesional]: yo le lanzaba diez penales, y después él me lanzaba a mí otros diez. Nunca perdí contra él. Además, yo bromeaba mucho con eso en los entrenamientos de la selección, y les ganaba a todos. Solo una persona me derrotó, y nada más que por una vez: Carlos Alberto, porque era un experto en lanzar penales”. 




Porque también estaba eso: además de ser el joven capitán del Santos, era el lanzador oficial de penales del equipo. De hecho, el milésimo gol de Pelé, en 1969, llegó desde los once metros, y de no tratarse de una ocasión histórica su lanzador no habría sido O Rei, sino Carlos Alberto





Carlos Alberto es, por sí solo, un hito en la evolución de su puesto. No fue él quien creó el concepto, hoy ampliamente difundido, de los laterales como autenticas armas ofensivas, pero sí le permitió subir un peldaño. Y aquel 21 de junio de 1970, en el Estadio Azteca, sirvió para inmortalizar también esa imagen suya de lateral ofensivo, además de la de capitán. Y es que, a cuatro minutos del pitido final, fue él quien firmó el tanto definitivo de la goleada por 4-1 de Brasil sobre Italia, culminando una de las jugadas de equipo más increíbles de la historia del torneo. 





“Aquella acción empezó con un balón recuperado por Tostão, que había bajado por la banda izquierda”, explica a FIFA.com. “Se lo dio a Piazza, Piazza a Gérson, Gérson a Clodoaldo. Íbamos ganando 3-1, y el equipo estaba tocando el balón y dejando pasar el tiempo. Yo estaba allá atrás, descansando, con muchísimas ganas de que el árbitro señalase el final. 




Entonces Clodoaldo regateó a tres rivales, y cuando le dio el balón a Rivellino en la posición de extremo izquierdo recordé las instrucciones de Zagallo, de apretar al contrario por la banda izquierda. Me fijé y había muchas opciones por esa zona, porque Jairzinho también estaba allí, en el extremo izquierdo, y [Giacinto] Facchetti había subido. Entonces pensé: ‘Voy a esperar. Si el balón va para Jairzinho, y creo que Jairzinho se lo va a pasar a Pelé, subo, porque sé que Pelé me lo va a dar a mí’. Eso fue lo que ocurrió: subí con todo, encontré energía para una carrera de 50 metros, por lo menos, y llegar así en condiciones de marcar”.  




Al haber tenido una única oportunidad de disputar el Mundial, en una época en la que el fútbol estaba menos globalizado, probablemente Carlos Alberto no sea reconocido lo suficiente por su brillo a lo largo de una carrera que se prolongó durante 19 años. Sin embargo, no hizo falta.



 Bastaron aquellos veinte minutos y pico en Ciudad de México: el tiempo necesario para anotar uno de los goles más bonitos y, a continuación, protagonizar una de las celebraciones más destacadas de todos los torneos: “Cuando recibí el trofeo, como capitán, tuve el instinto de besarlo.




 Y fui además el primero en hacerlo, en besar la copa antes de levantarla. Fue algo instintivo: no pensé nada, sentí de verdad ganas de hacerlo. Una cosa inolvidable”, recuerda. “Y tanto que, cuando viajo por el mundo, la forma más linda que tiene la gente de homenajearme es recordarme el cuarto gol que marqué contra Italia y el momento en el que recibí luego la Copa Jules Rimet”. 




Quienes viesen jugar a Carlos Alberto lo saben perfectamente: hizo mucho más, pero que se le recuerde tan solo por eso es culpa suya: nadie le mandó haber nacido para ser capitán

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