LA NOCHE DEL 22 DE MAYO DEL 76
En su momento asi definió esa jornada el DIARIO LITORAL, cuyo texto comparto con mis lectores:
En su momento asi definió esa jornada el DIARIO LITORAL, cuyo texto comparto con mis lectores:
Tomás Rodríguez
(Especial para El Litoral)
Hace unos días, el 22 de mayo, se cumplieron 33
años. Víctor Emilio Galíndez, en una histórica pelea sobre el ring del
“Rand Stadium” de Johannesburgo, Sudáfrica, derrotó en inolvidable lucha
a Richie Kates, por nocaut cuando restaba un segundo para finalizar la
pelea y durante la mayor parte de la contienda peleó casi a ciegas,
mostrando una guapeza sin par a pesar de manar abundante sangre sobre su
rostro, consiguiendo una apoteótica victoria.
La inolvidable tarde de esa epopeya, el 22 de
mayo de 1976, es decir 59 días después del derrocamiento del gobierno
constitucional por un golpe militar, iniciando el proceso más negro y de
mayor dolor de la historia argentina, con una significativa represión
hacia el pueblo, debido especialmente a los secuestros, torturas y
muertes de los militantes populares, con aproximadamente 30 mil
desaparecidos, Galíndez escribió una página imborrable para el deporte
de nuestro país.
Richie Kates estaba precedido de valiosos
antecedentes, se encontraba ubicado segundo en el escalafón mundial,
ostentando un récord de 31 victorias, 16 antes del límite, con una sola
derrota ante Eddie Owens.
En forma idéntica al argentino, le había
ganado a Len Hutchins, José “Monón” González y al ídolo sudafricano
Pierre Fourie.
En dicho festival, pagaron entradas 42.195
personas; no hubo transmisión en directo a Estados Unidos; en la
Argentina los aficionados adeptos al deporte de los puños siguieron las
incidencias en forma directa por Canal 13 de Buenos Aires, con los
relatos de Roberto Maidana o la escucharon por medio de LRA 4 Radio
Splendid de Buenos Aires.
Ese Galíndez bravo e indomable, con su sangre de
guerrero derramada sobre la camisa del árbitro Stanley Christodoulou y
un coraje sin par, exigió del prestigioso periodista Ricardo Arias por
LRA 4 Radio Splendid uno de los relatos más fabulosos que se hayan
escuchado en la radiofonía deportiva de la República Argentina.
Cabe apuntar que nadie hubiese podido imaginar
que la pelea iba a ser considerada por los especialistas en boxeo como
una de las más dramáticas y sangrientas de toda la historia universal y
que, con el mismo final, entraría directamente en la leyenda.
El “Negro” Galíndez había sufrido un corte enorme
en su ceja derecha, tras un cabezazo y un golpe de Kates en los
primeros capítulos. El estadounidense había evidenciado claras
diferencias en la parte inicial y el combate estuvo a punto de ser
suspendido varias veces por la sangre que manaba abundantemente de la
ceja florecida del argentino por la herida, limpiándose para que no le
impidiese la visión en la camisa del árbitro local Stanley
Christodoulou.
“Tito” Lectoure empezaba a pedirle a viva voz al
juez sudafricano la descalificación del rival de Galíndez, mientras que
con su cuerpo evitaba que subiera al cuadrilátero el médico, Clive Noble
y comenzaba a trabajar en la herida; mientras, Kate iniciaba el
festejo.
Kates, años después, reveló al periodista Carlos
Irusta del entonces semanario “El Gráfico” que “fue el corte más grande
que vi en mi vida; me di cuenta de que la pelea no podía seguir; observé
cómo Galíndez se dio vuelta quejándose del dolor, subiendo el médico al
cuadrilátero; entrando entonces en escena Lectoure, quien complicó
todo. ¿Quiere saber la única verdad?, Galíndez no quería seguir peleando
y ese apasionado hombre del boxeo de su país hizo de todo y él fue el
artífice para el éxito del argentino”.
“Tito” Lectoure fue quien le gritó al médico que
el árbitro lo autorizaba a Galíndez a seguir peleando; casi al mismo
tiempo le explicaba al réferi que el Dr. Noble daba permiso, mientras le
hundía los dedos en la herida, impregnándola de un cicatrizante
norteamericano.
Juan C. Cuello y Roberto Palmero Galíndez
-hermano del campeón-, estaban junto a Lectoure, asistían impotentes al
chorro de sangre del que quedarían luego tres toallas ensopadas y ante
el estupor de todo el público, el combate continuó, con el argentino que
no veía casi nada...
A partir de allí, el encuentro fue otro, porque
Galíndez comenzó a atacar a su contrincante como un toro enloquecido. A
su vez, Kates tardó un poco en reaccionar, si se tiene en cuenta que el
sudafricano estaba seguro de su victoria.
Kates reveló al periodista argentino Irusta que
en esa jornada tuvo cuatro rivales: “uno, Galíndez; otro el referí que
le permitía al argentino secarse la sangre con su propia camisa; el
tercero el público sudafricano, porque soy negro, y el cuarto: yo
mismo”.
“Sabía que Galíndez iba ganando; aunque desde mi
rincón decían que yo tenía ventajas, en el último capítulo salí a
hamacarme, tapándome el mentón con la izquierda para evitar los voleos
de derecha que él tiraba. De pronto me encontré con la zurda de él (un
gancho), una mano fantasma que salió de la nada”, acotó Kates.
Reconoció el sudafricano que “yo mismo lo había
incitado a lanzarla, descuidando mi flanco derecho; por eso le dije que
fui rival de mí mismo; me equivoqué tácitamente y Galíndez me puso
nocaut faltando un segundo para que finalizara la pelea y el árbitro me
dio el out”, aseguró Kates.
El domingo 26 de octubre de 1980, Víctor Emilio
Galíndez hizo su debut como acompañante de Antonio Lizeviche en la
carrera de Turismo de Carretera que se disputaba en la ciudad de 25 de
Mayo, en la provincia de Buenos Aires, abandonando la prueba.
Sorpresivamente, el auto fuera de control de
Marcial Feijoo los mató a los dos, cuando el Dodge de Lizeviche había
quedado fuera de competencia; mientras piloto y navegante volvían a los
boxes caminando al costado del camino, en sentido contrario al de los
autos.
Galíndez tenía 31 años de edad, nada más, le
faltaban siete días para cumplir uno más de existencia, cuando la muerte
se le vino encima tan de repente.
Si su principal virtud era, precisamente, su
fortaleza, su mayor debilidad eran los autos, las mujeres y las
gaseosas. Entre 1974 y 1980, se dio todos los gustos: cambió 21 veces de
rodado.
En esos años vivió tanto de día como de noche,
siempre rodeado de las mejores compañías femeninas, imantadas por su
fama, el dinero y su simpatía y alegría personal.
El problema era su sed. Galíndez ardía por
dentro, siempre quería tomar algo fresco. Una vez, en 1978, Víctor y
Guillermo Vilas coincidieron en la apertura de un boliche bailable en
Bariloche.
El famoso tenista marplatense, quien
revolucionó e hizo popular al tenis en la Argentina, fanático del boxeo,
quiso aproximarse al campeón del mundo para conversar un rato, pero era
tanta la gente que lo rodeaba y se sacaba fotos con él, que optó por
dejarle un mensaje seco, lacónico. Decía: “Gordo, largá la gaseosa que
te está matando...”.
Cuando Galíndez llegó al vestuario, tras la
conquista obtenida, le limpiaron las heridas y el natural de Vedia
aguantó sin emitir un grito de dolor cuando le aplicaron en la ceja
afectada siete puntos de sutura sin anestesia.
A su término, el equipo que lo acompañaba al
campeón dirigido por “Tito” Lectoure e integrado por el técnico Juan
Carlos Cuello, el profesor Russo y el Dr. Paladino, le informaron de la
infausta noticia del asesinato de su gran amigo, Oscar Natalio Bonavena,
quebrándose Galíndez en un desconsolado llanto -como lo hacen los
niños- por la muerte inexplicable de su gran compañero y amigo.
Cuando regresó a la Argentina, Galíndez fue
recibido en el aeropuerto internacional de Ezeiza por una multitud que
acompañó en caravana al campeón mundial de los semipesados en el
trayecto por más de tres horas hasta el mítico Luna Park. En el lugar,
Galíndez con lágrimas en sus ojos, muy emocionado, puntualizó que
“lamentablemente hemos perdido a un gran amigo, Oscar Natalio Bonavena,
por eso les pido a todos ustedes un minuto de silencio en su
memoria...”.
Ese mismo día, sábado 22 de mayo de 1976, el
boxeo argentino además de la gloria alcanzada en Sudáfrica por Víctor
Emilio Galíndez, tuvo una jornada de congoja, abatimiento, tristeza y
hondo dolor por la trágica muerte de uno de los más grandes ídolos,
Oscar Natalio “Ringo” Bonavena. Mucho lloró Galíndez al enterarse de la
noticia.
Cansado y agotado de los entrenamientos, el 14
de junio de 1979 hizo su última pelea: con poco más de 86 kilogramos,
perdió con Jesse Burnett en Anaheim, por la faja de peso crucero de la
WBC, retirándose de la actividad. Dos meses después, la muerte se le
cruzó en el camino, al igual que su amigo e ídolo, “Ringo” Bonavena, el
valiente Víctor Emilio Galíndez se bebió la vida de un sorbo. A los 31
años, había ido y había vuelto; no había tenido nada y lo había
conseguido todo, despidiéndose muy joven de la vida terrenal.
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