septiembre 05, 2017

DATOS PARA TENER EN CUENTA

LA UNICA VEZ QUE ARGNETINA SE QUEDO AFUERA DE UN MUNDIAL DE FUTBOL

Este es el INFORME DE DIARIO CLARIN sobre LA UNICA VEZ QUE ARGENTINA SE QUEDO AFUERA DE UNA COPA DEL MUNDO meidnate el sistema de ELIMINATORIAS

POR: WALDEMAR IGLESIAS



"Ustedes no se pueden quedar afuera del Mundial", responde cada extranjero a cada argentino en cualquier rincón del planeta en el que se crucen y en el que decidan hablar de fútbol. En un bar de Dublin o en la más pequeña de las posadas de Praia do Rosa. Parece una verdad no escrita y creída por todos. Sobran las razones, claro. La historia, la leyenda de Maradona, la magia sin fronteras de Messi, los cracks que se destacan en las ligas de elite, el ranking de la FIFA, los antecedentes recientes (subcampeón en Brasil 2014 y en la Copa América 2015), entre varios etcéteras que a cualquiera se le pueden ocurrir. Sin embargo, más allá de los fantasmas nacientes del camino previo a Rusia 2018, la historia cuenta que una vez -hace ya bastante más de cuatro décadas- Argentina sufrió el desencanto de la eliminación en el recorrido previo a una Copa del Mundo. El verdugo se llamó Perú, ese equipo audaz que imposibilitó la clasificación para México 1970. Con un agregado que lastima: la certeza de que todo estaba perdido sucedió bajo el cielo de Buenos Aires, en plena Bombonera.


Eran días complejos en la AFA y fuera de ella también. La dictadura de Juan Carlos Onganía había intervenido a la máxima entidad del fútbol local de manera sucesiva desde 1966. En ese tiempo se produjeron fracasos deportivos en términos de resultados. Y hubo algo peor: esas administraciones repletas de manejos poco claros que dejaron el tendal a su paso. En 1969 -el año en el que se cerraron las puertas de la Copa del Mundo- hubo cuatro interventores: Armando Ruiz, Aldo Porri, Oscar Ferrari y Juan Martín Oneto Gaona. El primero -hombre de Racing- fue quien designó a Humberto Dionisio Maschio como entrenador. Gloria sin discusión como futbolista, no contaba en su currículum con gran experiencia como técnico. Duró poco por otra razón más poderosa que el juego escaso ofrecido en los amistosos de preparación: no le simpatizaba a Onganía.




Ya con Porri como interventor, se tomó la decisión de aceptarle la renuncia a Maschio, el querido Bocha de La Academia. Quedaba sólo un mes para el inicio de las Eliminatorias. Entonces, asumió Adolfo Pedernera. El barco a la deriva quedaba en manos de una celebridad del fútbol de la tierra que ya había visto nacer a un tal Diego Maradona. No parecía particularmente difícil el escenario: Argentina cayó -con suerte en el sorteo- en el Grupo 9. Sus rivales eran Bolivia, que nunca había accedido a un Mundial a través de las Eliminatorias (lo logró por primera y única vez para la Copa del Mundo de Estados Unidos 1994), y Perú, que sólo había participado de la primera edición (Uruguay 1930) y que poco o nada sabía de que se estaba gestando su mejor generación de futbolistas.



No era un problema de falta de jugadores de jerarquía. Sirve como ejemplo la formación ofrecida en el debut frente a Bolivia. Parecía una constelación: Agustín Cejas; Rubén Suñé, Roberto Perfumo, Rafael Albrecht, Silvio Marzolini (tres años antes elegido como el mejor lateral del mundo en Inglaterra 1966); Victorio Cocco, Antonio Rattín, Miguel Brindisi; Angel Marcos, Daniel Onega y Aníbal Tarabini. La altura de La Paz -ya entonces un fantasma inquisidor- y la preparación deficiente pasaron factura: Argentina perdió 3-1. Había recambio. Y se buscó torcer el rumbo con variantes nominales: Luis Gallo (el famoso defensor de la mano que valió un título para Vélez, en el 68), Carlos Pachamé, Raúl Bernao, Alfio Basile y Héctor Yazalde (cinco años después, Botín de Oro de Europa) se sumaron en el partido siguiente, en Lima. Pero no cambió nada en cuanto al juego ni al resultado. Perú fue mejor y se impuso 1-0. Acontecía una suerte de contradicción: mientras Racing y Estudiantes se lucían como dueños del continente, la Selección sufría en un grupo que parecía armado a su conveniencia.




Tres semanas después del segundo tropiezo, el 24 de agosto, Argentina asomó apenas la cabeza. Volvió a jugar mal, pero le alcanzó con un penal convertido por Rafael Albrecht -implacable desde los once metros- para vencer 1-0 a Bolivia. Igual, ya en la antesala del cierre del grupo, Argentina estaba en la cornisa de quedarse afuera del Mundial por primera vez en una Eliminatoria (en 1938, 1950 y 1954 no participó por motivos ajenos al campo de juego). En aquel último día de agosto necesitaba derrotar a Perú para acceder al triple desempate en territorio neutral. La Bombonera estaba repleta de ansiedades y de un entusiasmo tardío. Aquel capítulo no arrancó bien. La Selección de Pedernera perdía 2-1 porque un imparable Oswaldo Ramírez ya había demostrado que tenía muchas ganas de ir al Mundial.




En ese contexto de incomodidades, sin embargo, una joya sucedió: el golazo de Toscano Rendo. Vale contarlo en tiempo presente, porque parece seguir latiendo como una resistencia a aquella eliminación: el mediocampista -emblema de Huracán y de San Lorenzo; sí, a la vez- arranca en el área argentina, deja en el camino a Baylon y a Cubillas, pasa entre medio de los dos. Yazalde se la deja de taco en la mitad de la cancha por la izquierda, pasan tres, cuatro jugadores, sale el arquero Rubiños, se la toca, suave, a un palo. Entonces, nace el suspenso: la pelota rebota, Rendo la recupera, elude a Rubiños y define de zurda... Era el 2-2. Faltaban siete minutos. No alcanzaron. Argentina se quedó sin Mundial. Esa jugada colosal merecía otro desenlace.





Osvaldo Ardizzone -periodista, escritor, mago de las palabras- contó aquellas sensaciones y aquellas consecuencias en la revista El Gráfico: "Pienso que 'de este asunto' no habría que escribir nada. Pero nada de nada. Porque yo puedo trabajar de crítico, pero antes soy argentino. Y si soy argentino no puedo consolarme diciendo por ahí 'que este asunto nos va a venir bien para que no sigamos viviendo equivocados como hasta ahora lo estuvimos con Racing y Estudiantes'. Y si soy crítico no me puedo poner triste porque el crítico debe ser un tipo frío y objetivo, según dicen todos... Entonces, ¿qué hago? ¿De qué escribo? ¿Me sumo a la rueda de los que ahora censuran y se acuerdan hasta de los antepasados del presidente Colombo, y entonces yo también me encolerizo y grito contra todos los viejos males de la decrépita organización que nunca tuvimos? ¿Qué hago? ¿Me sumo a la rueda 'de los técnicos', de los que tenían el equipo que debía jugar y entonces ahora yo también me propongo el mío y protesto de que con ése sí íbamos a México?...¿O, en última instancia, me solidarizo con los que descargan toda su contrariedad y decepción en Adolfo Pedernera, como único responsable de la catástrofe porque no puso a Mengano o no sacó a Fulano?" Dolía ese empate que fue derrota en un fútbol argentino lleno de confusión. Aquel comentario de Ardizzone tenía un título que todavía retrata en cuatro palabras aquel episodio: "Perú escribió el epitafio".




En aquellos días, Perú comenzaba a demostrar que era capaz de transformar el fútbol en una fiesta. La pelota era precioso patrimonio de esos pies. Desde los del capitán Héctor Chumpitaz -bravo y elegante marcador central- hasta los de los creativos Teófilo Cubillas -máxima referencia universal del fútbol peruano-, Hugo Sotil -alguna vez, en los años 70, crack del Barcelona-, Oswaldo Ramírez y Juan Carlos Oblitas. Quienes los vieron lo repiten como una verdad de los tiempos: era un deleite verlos jugar. Aquella aventura exitosa en la Bombonera sirvió de impulso para todos ellos. También quedó para siempre como un estigma del fútbol argentino.


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