EL PROTAGONISTA DE HOY: BOBAN JANKOVIC
En esta sección denominada: "UNA CARICIA AL ALMA" hoy la historia de BOBAN JANKOVIC, todos los datos pertenecen al sitio : "HISTORIASDELDXT.BLOGSPOT.COM que aqui transcribo para mis lectores:
Las alas del guerrero se quebraron de cuajo, con un golpe duro, seco, en uno de los accidentes más estúpidos y dramáticos de la historia del deporte.
A partir de aquel momento, la vida de Slobodan “Boban” Jankovic cambió para siempre, atado a una silla de ruedas, inmóvil de cintura para abajo.
Fallecería 17 años después, sin perder el orgullo que siempre exhibió en las canchas de baloncesto. “Soy un guerreo, no un mendigo”, solía decir. Como un guerrero vivió, todo coraje, y como tal murió, siendo un ídolo en Grecia y Serbia.
Días
después, Vlade Djurovic –quien no se separó del jugador en ningún
momento- confesaría que durante el trayecto al hospital Boban repetía
una y otra vez: “Voy a morir”. No moriría por aquel golpe tan brutal
como estúpido, pero el guerrero de las canchas nunca más volvería a
ponerse de pie. Se había fracturado la tercera vértebra cervical, lo
que le dejaba parapléjico para siempre. A partir de entonces habría de vivir en una silla de ruedas y con la movilidad de sus brazos y manos muy limitada
En esta sección denominada: "UNA CARICIA AL ALMA" hoy la historia de BOBAN JANKOVIC, todos los datos pertenecen al sitio : "HISTORIASDELDXT.BLOGSPOT.COM que aqui transcribo para mis lectores:
Las alas del guerrero se quebraron de cuajo, con un golpe duro, seco, en uno de los accidentes más estúpidos y dramáticos de la historia del deporte.
A partir de aquel momento, la vida de Slobodan “Boban” Jankovic cambió para siempre, atado a una silla de ruedas, inmóvil de cintura para abajo.
Fallecería 17 años después, sin perder el orgullo que siempre exhibió en las canchas de baloncesto. “Soy un guerreo, no un mendigo”, solía decir. Como un guerrero vivió, todo coraje, y como tal murió, siendo un ídolo en Grecia y Serbia.
Aquel 28 de abril de 1993, el tiempo se paró de golpe
para nuestro protagonista. Se jugaba el cuarto partido del playoff de
semifinales de la liga griega entre el Panionios, su equipo, y el
poderoso Panathinaikos.
Faltaban seis minutos para el final de un
encuentro igualado y tenso, vital para la resolución de la eliminatoria.
50-56 señalaba el marcador. En ese momento, en un ataque de los
locales, Boban Jankovic corta por la zona y recibe el balón; tras botar,
se levanta y encesta tras un contacto con su defensor. Pero los
árbitros señalan personal en ataque y anulan la canasta; era además su
quinta falta, lo que suponía la eliminación en tan trascendental
momento. El alero serbio entró en cólera.
Su
fuerte temperamento y su carácter ganador -características que tantas
veces le habían ayudado en la vida, virtudes que le llevaron a lo más
alto como jugador de baloncesto-, le jugaron aquel día una muy mala
pasada.
Desesperado y por pura rabia, propinó un cabezazo al soporte
de la canasta, que debía estar acolchado. Pero no lo estaba
suficientemente y Jankovic no controló su cólera. El golpe fue seco, brutal, y el jugador cayó en redondo, como un pelele, al suelo.
Rápidamente,
un compañero de equipo se acercó a ayudarle, y giró su cuerpo inerte
como un bloque. Con la cabeza ensangrentada, con la cara desencajada,
sus lamentos estremecían: “No siento las manos, no siento las piernas”,
gritaba mientras su técnico, Vlade Djurovic, y el cuerpo médico
intentaban tranquilizarle.
Para siempre quedará como una de las imágenes
más impactantes y terribles que haya dado jamás el mundo del deporte,
de un dramatismo desgarrador. Ante la conmoción y el estupor de los allí
presentes (público, compañeros de equipo, árbitros y rivales) fue
evacuado inmediatamente al Hospital General de Atenas.
Slobodan Jankovic había nacido el 15 de diciembre de
1963 en Lucani, localidad serbia muy cercana a Belgrado. Desde pequeñito
destacó por su gran altura, y pronto se inclinó por la práctica del
baloncesto, deporte que es casi una religión en su país.
Con 17 años ya
estaba en la primera plantilla del Estrella Roja, club en el que se
formó y en cuyo equipo senior jugaría durante once temporadas. Alero
de 2,01 metros, de enorme talento y carisma, siempre destacó por su
carácter indomable en la cancha y por un insaciable hambre de triunfos. Solo quería ganar; sólo sabía ganar.
Pronto
se convirtió en referente de uno de los clubes más emblemáticos de
Yugoslavia, con el que llegó a tres finales de Liga y otras tantas de
Copa. Sin embargo, nunca pudo saborear la gloria de un título al chocar
una y otra vez en las competiciones de su país con dos de los mejores
equipos de la historia del baloncesto europeo: primero, la Cibona de
Zagreb de Drazen Petrovic; después, la Jugoplastika de Split de Kukoc,
Radja, Savic, Perasovic… Y también en Europa la suerte les había dado la
espalada, perdiendo una final de la Copa Korac ante el Pau Orthez
francés. Desencantado, decide cambiar de aires y ficha por la Vojvodina,
equipo en el que jugaría una temporada (1990-91) antes de volver a su
club de toda la vida.
Allí, en la temporada
1991-92, su juego y sus números alcanzan un nivel supremo, consagrándose
definitivamente como uno de los mejores jugadores serbios del momento
en una época en la que su país empezaba a desmembrarse y caminaba hacia
una cruenta guerra. En plena madurez como deportista, Jankovic era el
líder indiscutible del Estrella Roja y fue elegido mejor jugador de la
Liga Serbomontenegrina… aunque una vez más se quedo sin un título que
fue a parar a las vitrinas del Partizán de Belgrado.
Fue
internacional absoluto en varias ocasiones, pero el conflicto bélico en
los Balcanes le privó de su sueño de disputar los Juegos Olímpicos de
Barcelona´92 con el combinado serbomontenegrino. Sin duda, Boban ha sido el paradigma máximo de estrella sin suerte, de talento sin fortuna.
Aquel
verano de 1992, conocido y temido en toda Europa por su juego, no le
faltaron las propuestas de equipos extranjeros. Finalmente aceptó la
millonaria oferta del Panionios griego, donde estaba cuajando una
temporada soberbia como líder máximo del equipo con exhibiciones como
los 41 puntos que anotó en Bolonia ante la Virtus en un partido de la
Copa Korac.
Actuaciones como ésta le valieron el sobrenombre de “El
Bombardero”. Su juego resultaba letal e imparable, mezcla de calidad y
su innata garra y orgullo, hasta la fatídica noche del 28 de abril de
1993, cuando aquel absurdo cabezazo cambió para siempre su vida y cortó
de raíz una carrera que parecía no tener límites.
Aunque fue operado en varias ocasiones y tratado por
los mejores especialistas del mundo, no había nada que hacer; su lesión
medular era irreversible. Convertido en un ídolo en Atenas, ciudad donde
siguió viviendo, se retiró con honores su camiseta número 8 del
Panionios y recibió numerosos homenajes y muestras de cariño de sus
compañeros y de una afición que jamás le olvidaría.
Sin embargo, con
el paso del tiempo, su situación se tornó cada vez más difícil; engordó
de manera considerable, su esposa le abandonó y su situación económica
se complicó sobremanera. Pese a todo, nunca perdió su orgullo ni quiso que nadie le compadeciera: “Soy un guerrero, no un mendigo”, solía decir.
En
aquellos momentos, los peores de su vida, su hijo adolescente Vladimir
se convirtió en su principal apoyo y estímulo: “Mi hijo me da fuerzas
para continuar; es el principal motivo por el que merece la pena
luchar”.
También encontró en el baloncesto una motivación para seguir
adelante; se hizo cargo del Olympia Petropouli, equipo que disputaba el
campeonato regional, en el que crearía una sección de baloncesto en
silla de ruedas. De nuevo, se sentía importante y útil: “Amo el
baloncesto, lo adoro, y por estar en una silla de ruedas no me siento
excluido de la vida; creo que todavía tengo muchas cosas que ofrecer”,
dijo entonces.
Una de sus últimas apariciones
públicas tuvo lugar el 3 de julio de 2005, en la despedida de uno de sus
amigos, el ex jugador del Barcelona y Real Madrid Sasha Djordjevic. En
el pabellón Pionir de Belgrado, rodeado de lo más selecto del baloncesto
europeo, Boban no pudo contener las lágrimas ante el homenaje y el
cariño de sus compañeros.
Pero un año después, el 29 de junio de
2006, la tragedia volvía a cruzarse en su vida, esta vez en alta mar,
mientras se encontraba en un barco rumbo a la isla griega de Rodas,
donde se dirigía a pasar las vacaciones. Allí, un paro cardiaco acababa con su vida a los 42 años de edad.
Su
multitudinario funeral, al que asistieron más de un millar de personas,
demostraba lo grande que fue como jugador y como persona. No faltaron
compañeros y rivales en las canchas como Paspalj, Rebraca, Tarlac,
Fassouluas o su amigo Djordjevic, y se recibieron mensajes de
condolencia de clubes y federaciones de toda Europa. “¡Boban, te
queremos; nunca te olvidaremos!”, coreaban los aficionados del Panionios
en honor a un jugador convertido ya en leyenda.
Y en un segundo plano,
entre aquella multitud, también se encontraba Vlado Djurovic, su
entrenador en el momento del fatal accidente, el hombre que le consoló
en un primer momento y que nunca dejó de ayudarle hasta el día de su
muerte. Ahora sí, el guerrero de las canchas descansaba para siempre.
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